Allá por los años 90 una de las frases fetiche era que “en Internet nadie sabe si eres un perro”. Tres décadas más tarde, sí saben que eres un perro, tu raza, tu nombre y el de tu dueño, el tipo de collar y si estás desparasitado.
La sensación de anonimato era consustancial a la primera oleada generalizada en el uso de Internet. De alguna forma, algo de cierto hay en ella, porque es esta sensación la que impulsa, entre otros impulsos, a los usuarios de Meetic Affinity, e-Darling y el resto de plataformas celestinas, donde el candidato puede sumarse unos centímetros y quitarse unos kilos y años en su descripción inicial. En realidad, ocurre justo lo contrario. En la red quedamos identificados y nuestros datos quedan guardados en plataformas supuestamente seguras para el mejor provecho de quien sepa sacarles partido. Esta visión de trazo grueso es la que ha llevado al presidente del BBVA, don Francisco González, a apartar de su regazo financiero a gente de cierta edad que no corre a la misma velocidad de estos tiempos de sprint digital, quedando, casi seguro, como el más viejo empleado del banco.
Tampoco es cierto que las plataformas sean seguras. Que se lo pregunten a Edward Snowden o a Julian Assange o a quien haya sacado a la luz los papeles de Panamá. Y además, como ha quedado demostrado en más de una ocasión, es difícil borrar tu pasado en la Red, así que, si se confía en el olvido, es mejor hacer el tonto en privado.
¿Y qué pasa con esta cantidad de datos? Ahí está el Big-Data, el reto de poder utilizar una masa ingente de datos con un fin inteligente y la nube, como archivo cuasi infinito en el que quedan depositados y del que extraerlos para dar sentido, también, al Internet de las cosas.
No hay que acudir al Internet profundo para hacerse con las instrucciones de fabricación de una bomba o con viagra para vacuno, pero tampoco para utilizarla de una manera sana y constructiva en la vieja idea asociativa de que sumando se enriquece el resultado. Para ello hace falta tener una plataforma social con un fin claro un conjunto de interactuantes bien definido. El gran hallazgo de Mark Zuckerberg fue el carácter exponencial de extensión que tiene una red social, su efecto viral, donde también una persona cualquiera puede contribuir, sin necesidad de erigirse en líder carismático, a una causa común.
Para entender esto no hace falta ser muy moderno aunque en cualquier época conviene alfabetizarse y, en ésta, digitalmente, bien que sólo sea para que Google no acabe, pese a los intentos de la UE, haciéndose con el monopolio de nuestras herramientas de comunicación. No olvidemos que en el siglo IV A.C. un tal Protágoras de Abdera ya decía que “el hombre es la medida de todas las cosas”. Veinte y pico siglos después, sigue teniendo razón y no es cuestión ahora de que un buscador o un banco nos mangonee, creyendo que en vez de personas, somos cosas, o, peor, perros.
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