Que “Wired”, la lujosa biblia digital hoy perteneciente a Conde Nast, naciera y creciera impresa en los años 90 era una de esas contradicciones coherentes con los límites de una era y el deseo de pasar a otra. Su versión digital no es tan lustrosa como el tacto de su papel.
En realidad, los largos y elaborados reportajes sobre el advenimiento de la cibercultura y la calidad y derroche de diseño han sido probablemente más un disfrute culterano para gente algo inquieta y de cierto buen gusto que una referencia iniciática para visionarios, no necesariamente muy leídos, del nuevo mundo “enchufado”.
Eso sí, se supone que todos los grandes popes de Internet y de sus grandes plataformas de negocio, han sido entrevistados en sus páginas. En fin, “Wired” es el Gotha para todos los que son alguien de peso en Internet, como “France Football” lo es para los peloteros de pro. Evidentemente también sirve para impulsar tendencias de opinión y ha acertado en dibujar el nuevo paradigma de la Comunicación.
En los primeros años de la publicación norteamericana, Nicholas Negroponte, prestigioso divulgador del MIT, anunciaba en sus entretenidos artículos las ventajas y señas de identidad del nuevo mundo digital con imágenes fáciles de entender y no exentas de originalidad. Tampoco es que hubiera que ser muy exacto en las descripciones. Por ejemplo, en las conferencias que celebraba por todo el mundo, ponía a los auditorios a aplaudir aleatoriamente y en seguida todo el mundo acompasaba las palmas, lo que, explicaba, era una forma de entender las sinergias de los avances dispares en Internet. También creo recordar que aventuró bastante provocadoramente que algunos países subdesarrollados de África contaban con la ventaja de poder acometer desde un terreno virgen el cableado de fibra, lo que solucionaría, desde la nada al todo sin pasar por la casilla de salida, los problemas de ancho de banda de una forma radical.
Lo que está claro es que hemos llegado a un mundo digital en el que la Comunicación mediante bits ha cambiado las formas de relacionarse y la gestión de la información. No es que esto sea el mundo del “Neuromante” de Gibson, en el que ya existía el ciberespacio y sus hackers, pero desde luego, hemos abandonado la hoy residual cabina de teléfono del fabuloso replicante Roy Batty en Blade Runner, aquel que había visto arder naves más allá de Orión, para hacer del móvil la estrella tecnológica de nuestra existencia.
Adivinar el mundo en el que tocará vivir no es tarea fácil, pero está claro que hay gente que lo borda. Un caso bastante asombroso es el de Arthur C. Clark, científico, divulgador y buen literato, que en 1974, tal como se sirve en el prólogo del biopic “Jobs” hizo una descripción profética, ajustada y razonable del rumbo que los ordenadores iban a tomar para cambiar nuestra forma de comunicar. Es verdad, suena mal, pero estamos enchufados.
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