En Nightcrawler, como en cualquier película que se precie, hay diferentes niveles de relato y una sugerente mezcla de elementos que precipitan en un cóctel embriagador sobre la comunicación.
La cuestión viene a ser la siguiente; ¿puede un palurdo psicópata llegar a triunfar en el mundo audiovisual gracias a la falta de escrúpulos, cuatro discursos de consultor de internet y un uso intuitivo y adecuado de la tecnología? La respuesta es estremecedora y, además, extensible a la comunicación corporativa.
La democratización de la tecnología audiovisual permite a cualquiera ofrecer un documento editado a un público, sea o no discriminado. En esta película, vemos que el protagonista no tiene mayor problema para hacerse con una cámara y dotarse de un FTP para ofrecer sus vídeos de manera más ágil a la productora televisiva. El chantaje laboral y el acoso sexual que Lou Bloom, el personaje de Jake Gyllenhaal, hace a la tiburonesca Rene Russo, es servido por una simple búsqueda de su perfil profesional en Internet. La información sigue siendo poder, y esta se sirve gratis en la Red… En sus recitados de discursos de management aprendidos en internet, aparentemente tan absurdos como efectivos, este psicópata de la comunicación aparece mucho más terrorífico que el personaje de Tom Cruise como conferenciante de éxito con aquel grito de guerra de ¡Respetad vuestra poya! de «Magnolia» y con resultados mucho más exitosos que los del bienintencionado padre papanatas con delirios de gurú amateur de «Pequeña Miss Sunshine». Bloom no duda en la eliminación física de la competencia, provoca la muerte de un ayudante que le va pillando el truquillo y, como declaración inicial de intenciones, no sabemos hasta qué punto se carga a un vigilante privado del que sólo sabemos que su reloj pasa a su muñeca tras su desgraciado encuentro al comienzo de la película.
Si cualquiera, según este cuento malévolo, puede triunfar en el cieno de dar la información más morbosa posible para aprovechar el ajustadísimo análisis de Marilyn Manson en «Bowling for Columbine» (esta sociedad funciona sobre las bases del miedo y el consumismo), la solución se encontrará en unos valores diferentes, como los del viejo periodismo que tenía objetivo informar, entretener y formar. Ahora, en términos de comunicación corporativa, añadiríamos el de participar. En «Nightcrawler», lo que la emisora televisiva busca es ganar cuota de pantalla con noticias sobre asaltos brutales en zonas privilegiadas perpetrados por personajes suburbiales. A menudo, en las empresas, se fomenta el miedo y se abusa de la amenaza para que se mantenga un cierto orden que responde a intereses muy concretos, bien que inconfesables. Como decía el personaje de Stephen Rea en «Prêt-à-porter» (Robert Altman, 1994), parece que la clave del éxito reside en aprovecharse de las debilidades de los demás.
En realidad, en Nightcrawler, Bloom (un tipo que, significativamente, no parpadea) le explica a su explotado ayudante que no es que no se ponga en el lugar de la gente, sino que la gente, directamente, no le importa. Pese a las obviedades y alguna que otra tontería sostenida por charlatanes millonarios, en realidad, la comunicación corporativa debería basarse en una democratización responsable donde cada cual, con sus adquiridos «poderes editoriales» vía nuevas tecnologías contribuya a una mejor relación en el entorno laboral y social donde, en definitiva, la gente sí importe. Hay maneras de hacerlo y la persona responsable de comunicación, sin grandes alharacas ni servir a los más bajos instintos, es la persona que debe ayudar a obtenerlas. Cuidado con los psicópatas.
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